Cambiar el ritmo

Cambiar el ritmo


Desde Buenos Aires, el festejo de las fiestas, navidad y año nuevo se presentaban como una incógnita, como una pregunta más de mi colección. ¿Cómo, dónde y sobre todo, con quién los iría a pasar?  Y una vez más, Tamarindo me está enseñando a aprender a esperar. Desde que llegué, me estoy conectando con la naturaleza de este increíble lugar, salgo a trotar por la playa muy temprano y veo los pájaros, los monos y sobre todo, el mar.  

Se aprende mucho mirando lo que nos rodea.  Y así, busco aprender a ser más paciente y ver qué me trae la marea. Dicho y hecho, tal como sucedió en la Noche Buena, las españolas (Maite, Tuka y Zaio) me invitaron a festejar con ellas. En esta oportunidad no se festejaría en su casa sino en lo de uno de los argentinos, Walter. Y esta vez no fui sola. Mi prima Ana y una nueva amiga argentina que vive en San José, Celina, fueron conmigo. En esta oportunidad el asador argento, haciendo honor a su nacionalidad, preparó carnes de todo tipo, papas y cebollas asadas, ensalada y guacamole. Para beber nos ofrecieron ron, mucho ron. Y la siempre presente, cerveza Imperial. Minutos antes de las 12 bajamos las 3 o 4 cuadras hacia la playa y allí los fuegos artificiales se reflejaban en el mar. Muchos lanzaban los globos que se prenden y se elevan hacia el cielo. Nosotras, románticamente, soltamos tres barquitos de papel escritos con nuestros deseos. Luego de abrazos, sonrisas y buenos deseos, pasamos por el bar “El Garito” para arrancar el año en movimiento.


Durante ese día fuimos temprano a playa Langosta, que caminando de mi casa se tarda unos 20 o 30 minutos. Mientras las chicas tomaban sol, aproveché para investigar los insectos raros que hay por acá. Todavía no sé los nombres pero en apariencia, parecen piedritas, y cuando te acercas se mueven, algunos se mimetizan con el color de la arena. Unos caminan para adelante y otros, parecidos a los cangrejos, van para atrás. De nuevo, nada es como resulta en apariencia, hay que acercarse para conocer la profundidad del otro y de su situación. Hay que abrir los ojos.

Después, cruzamos un mini estero, en este no hay peligro de cocodrilos, y nos metimos al mar. Las olas pegaban tan fuerte que te revolcaban por todos lados. Una vez que lograbas salir, con los pelos revueltos y el bikini corrido, el viento empujaba la espuma y te terminaba de empapar cual manguerazo veraniego.  

La vista es totalmente distinta a la de la playa Tamarindo. No hay bares, paradores ni sombrillas. Es casi desierta y llena de palmeras y verde, como todo lo que hay acá. Fue relajante y una muy buena forma de vivir el último día del año. Compramos panes, jamón y queso en el único mercado que hay en Langosta e improvisamos un rico pic nic.   Y así estamos...en plan de bajar un cambio (¿uno?), trabajar de otra forma, sin estrés, aprovechando la playa y aprendiendo a vivir el día a día, pero de verdad, no como una frase hecha. Como dice mi gran amiga Agus, dejando la ansiedad en Ezeiza. Acá no sirve, el lugar y la gente tiene su propio ritmo y de nada vale querer apurarse.



2015: acá estoy expectante de lo que quieras traerme, con los brazos abiertos para dejarme sorprender como lo venís haciendo desde el día en el que llegué. Gracias por tanto. 


Festejar, festejar y festejar.
 

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