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Sacarse la ropa

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Rubio, 33 años y trabaja en el Hotel Pasatiempo.    Así hubiese hablado de Dimitri en una charla entre amigas en Buenos Aires al día siguiente de conocerlo.   Pero la realidad es que nunca hablé así de él. Recuerdo que lo primero me llamó la atención fue su tonada española pero muy bien mezclada con vocabulario tico. No entendía cómo un griego podía hablar y pronunciar tan bien el castellano. A Dimitri lo conocí un año después de mi llegada a Costa Rica, en enero de 2016. Ya me había desprendido de algunos de los filtros que traía de la gran ciudad.   Eso permitió que me fijara más en su interior. Quizás es el calor, que te obliga a sacártela ropa innecesaria, que también te invita a quitarte prejuicios y filtros mentales. Quizás sea la naturaleza,   tan brutal en esta zona tropical. No lo sé. Lo que sé es que acá uno se muestra tal cuál es. No podés esconderte en la reputación del club, del barrio, de la universidad, de la familia… En este pequeño pueblo internacional de Costa

Reflexiones en un día de lluvia

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  Afuera llueve fuerte y adentro Alejandro juega con sus legos. Mientras él juega yo pienso en cómo empezar mi vuelta al sol. M i aprendizaje de ahora en más es valorar, agradecer y no quejarme. Costa Rica me enseñó a vivir con menos y eso es lo que trato de recordar cada vez que quejo. Puedo aplicarlo en cosas concretas: 1. Reírme de mi Corsa (acá se llama Monza) del 2001 que, entre otras gracias, tiene el cierre de la ventana rota y no funcionan las luces de adentro.            2. Amar mi barrio El Llanito con sus calles de tierra llena de pozos.      3. Disfrutar de mi ropa aunque esté un poco vieja.      4. Tomar con filosofía la larga fila para la extracción de sangre de Alejandro en el EBAIS (salita de primeros auxilios en Villareal).      5. Agradecer cada mañana que la niñera de Alejandro, Paula, viene a buscarlo. Recordar que es un regalo que lo ama a mi hijo como si fuera su nieto.     6. Valorar la ropa de Alejandro y regalar lo que ya le queda chico.    7. D

Hoy

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        Hoy me cruce con una amiga en el bar Chiringuito que está sobre la playa. Ella estaba tomando un vino blanco y su amigo una cerveza.  Yo recién llegaba y tenía a Alejandro en mis brazos. Nos quedamos hablando unos minutos y le conté que había estado en Buenos Aires para las fiestas. Me preguntó si tenía ganas de volver a vivir en BA. Le respondí con una frase que repetíamos con mi amigo argentino Gonza cuando vivíamos en Refundores. “Aquí somos pobres pero vivimos como ricos”.         A ninguno de nuestros amigos de Tamarindo le sobra la plata. A veces llegamos justos al fin del mes. Tampoco somos pobres. Es una exageración para ilustrar un punto.  No tendremos casas lujosas ni autos de primera gama pero podemos ver increíbles atardeceres sobre el mar. Comemos sabrosas frutas tropicales.   Tenemos monos, iguanas y ardillas en nuestros jardines.   Es verano todo el año. Trabajamos sin estresarnos. La gente en la calle es amable. No hay bocinas, tráfico ni piquetes. Podes