La mezcla sabe mejor

Ayer mientras brindaba en el festejo de mi civil pensaba en la mezcla de culturas. Agradecí a Cota Rica por regalarme a mi griego preferido quien me da este enorme don de convertirme en madre en tan solo dos meses. Brindé por esta mezcla de edades, culturas y mentalidades que tanto me enriquecen.
Mientras miraba las caras de mis amigos reconocí pedacitos del mundo unidos por el destino y el azar en este pueblito de Tamarindo, Guancaste, Costa Rica.  
País Vasco, Madrid, Galicia, Cataluña, Milán, Calabria, Sicilia, Toronto, Bogotá, Caracas, San José de Costa Rica, Guanacaste y tantas ciudades más. Amigos de Montpelier y Londres que ya se han ido pero también formaron parte de mi vida tropical. Todos reunidos ayer para festejar la unión de un joven profesor oriundo de Patra, Grecia y una comunicadora porteña de Argentina.
Me cuesta mucho entender a esa gente que se muda a miles de kilómetros de su país para luego rodearse sólo de sus compatriotas. No cambian sus costumbres, no se enriquecen de su nuevo hogar ni arman vínculos con gente distinta. Se arman orgullosos sus propios guetos y no dejan entrar a nadie nuevo.
Así como en la naturaleza la mezcla produce maravillas, en lo personal aporta sabiduría. Desde que llegué acá me cruzo con historias de vida interesantísimas. Gente que ha tenido que luchar casi sin recursos para poder salir de su país. Otros que han dejado la comodidad de una vida que por muy lujosa que fuera, les provocaba ahogo.    
Tamarindo me dio a conocer costumbres que al principio me chocaban y ahora parecen más naturales. Me maravillo con palabras de mi propia idioma pero usados de manera distinta al sentido original. También disfruto muchísimo del tono cantado de los italianos y todavía me río con las expresiones pachucas de los guanacastecos. Algunas de mis preferidas son: “a cachete” que significa estar muy bien y alegre como los niños con grandes mejillas. Otra: “salado” que te la pueden decir como algo similar a “te jodiste” o “mala suerte”. Hace unos días Dimitri puso una moneda en la máquina de café pero el café nunca llegó. “Salado” le dijo el empleado.  
Al final no somos tan distintos. A pesar de venir de lugares tan lejanos todos buscamos ser felices. Todos hemos llegado a estas playas tropicales a bajar la velocidad. Algunos vinimos a buscar una vida más en armonía con la naturaleza. Otros buscan la felicidad en hacer unos billetes. Otros escapan de historias de amor fallidas y esperan curar sus heridas. La sal de mar lo cura todo. Unos vienen casados y se separan, otros separados y se  terminan casando.
En esta parte de Costa Rica nos regimos por la temporada seca y lluviosa. Estamos conscientes de las distintas fases de la luna. Sabemos bien los horarios de las mareas. Reconocemos los insectos y animales que aparecen en las distintas etapas del año. Nos despertamos con los aullidos de los monos congo y en nuestro caso, con las pisadas de las iguanas y garrobos en el techo del cuarto. En Refundores, en el bosque donde vivimos cerca del centro de Tamarindo, tenemos que estar pendientes de no chocarnos con una vaca o cebú en la oscuridad de la noche. Y también de sacudir las sábanas para no sorprenderte con un alacrán. Aprendimos así a convivir con estos insectos y a no temerle a lo desconocido.       
Y hoy 6 de mayo de 2017 me encuentro en una típica mañana lluviosa recién casada por civil con mi amor griego (cuya madre es danesa) y esperando un hijo que nacerá en Costa Rica de una madre argentina de orígenes polaco. Alejandro sabrá mejor aún el sabor de la mezcla. 
Algunos de nuestros amigos vecinos de Refundores: Leo y Gonza de Argentina, Carlos de Italia, Danilo y Nestor de Colombia, Ismael de Venezuela, y Marlón de Costa Rica.  

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