Miedo a acostumbrarme




      A medida que pasan los días y los meses, me voy haciendo mi rutina. A veces uno se va lejos de su país para huir de las rutinas y luego de un tiempo en un lugar diferente, termina cayendo en una nueva.  Es así, el hombre es un animal de costumbres. Poco a poco voy encontrando mi lugar, mis tiempos, mis espacios, mis amigos y ese Tamarindo al que llegué el 10 de diciembre ya no me resulta tan extraño.
      

      En los últimos dos meses, me dediqué muy fuerte a mi trabajo y perdí un poco la conciencia acerca de las muchas razones por las que vine acá. Una de ellas es justamente tratar de mejorar el balance entre vida laboral y vida personal/social/espiritual. Y al principio fue así pero luego, y sobre todo, desde que tengo este trabajo en la Asociación de Desarrollo, ese balance se fue perdiendo y pasaba varias horas fuera de casa. Muchas reuniones, marchas (si, una marcha por el reclamo de agua), eventos, etc.  Ahora me propuse bajar un cambio y tratar de disfrutar más. Y me doy cuenta que a veces culpo al trabajo, que es demandante sin lugar a dudas, pero no me hago cargo de que también soy yo la que tiene que poner límites. No pasa por este o aquel puesto de laburo ni por tal o cual empresa, pasa por mí. Y se empieza poco a poco. Ahora estoy yendo más seguido a mis clases de yoga. Hoy me desperté y fui a nadar a la playa durante media hora. También me estoy haciendo más tiempo para leer. Y estoy más contenta y me siento mejor. Y así dedico el tiempo que corresponde a mi trabajo, ni más ni menos. También acá todo es distinto. Te encontrás con todos los contactos laborales en la playa, el mercado, la calle, la clase de kick boxing (¡mi nueva actividad!) y como mi trabajo se relaciona con la comunidad, termino “trabajando” todo el día. Ja.

         Agradezco infinitamente este trabajo que me permite escribir (cartas, web y redes sociales), relacionarme con distintos sectores de Tamarindo (abogados, policías, arquitectos, músicos, etc.), organizar eventos, buscar formas de solucionar problemas y lo que ya estaba acostumbrada a hacer, difundir noticias. Es un trabajo muy rico porque tiene parte de trabajo de escritorio, reuniones fuera de la oficina y mucho pero mucho trabajo con la gente. Tengo que ESCUCHAR. Cerrar mi boca, a la que tanto le gusta hablar. Prestar atención, ponerme en el lugar del otro, y recién después ver qué se puede hacer. La parte política es la que menos me gusta pero quiero aprender y tratar de disfrutar de todo. La junta directiva de esta ONG es muy buena y todos lo hacen ad honorem. Un lujo de equipo. Así que estoy muy feliz. Y no me olvido de valorarlo y agradecerlo.  
      
         Otra cosa que también me pasó es que esperaba que me pasara algo SUPER NOVEDOSO y ESPECTACULAR para escribir y contarles y entonces dejé de estar presente en mi blog. Y obvio que con la rutina del trabajo y de la vida, no hay tanta espectacularidad. Así que para los que esperaban que les escribiera sobre un tiburón en mi clase de surf, lamento decepcionarlos. Por ahora comparto esto que me pasa, que hay días más tranquilos que otros y que esta nueva “rutina” me está gustando.

         Hay algo a lo que nunca me quiero acostumbrar. A los atardeceres que se llenan de colores. Mi hermana Maggie, con sus ojos de artista, me enseñó a mirar todos los colores y a reflexionar acerca de que si uno los pintara, no te creerían. Tampoco me quiero acostumbrar a los aullidos de los monos, a la ternura con la que pela una ardilla peló su banana hoy durante el almuerzo en el Hotel Capitán Suizo. Me rehuso a acostumbrarme a la forma misteriosa y un tanto macabra, en que caminan los cangrejos que aparecen por la tarde en el patio de mi casa. Tampoco quiero acostumbrarme a hablar y escuchar inglés, francés y un español “distinto” en un mismo día. Y al mar que me está “curando” que cada vez que estoy triste o me siento mal, me llena de algo que no sabría como llamarlo, es una mezcla de energía, vida, limpieza, no sé. Y a tantas cosas más que aburriría… y eso más el raconto de mi rutina, sería matar a mis lectores. No queremos que eso suceda. ¿Están ahí todavía?

  
        Hoy por hoy, una de las cosas que más valoro de mi experiencia en Tamarindo, son las amistades que tejí desde que llegué. Encontré amigos que se han convertido en esenciales. Amigos que se encuentran en situaciones parecidas pero que viene de caminos distintos y acá te hermanás. Agradezco el tiempo que estamos compartiendo y que me banquen en los días que estoy más abajo y en los que soy pura fiesta. Los valoro y cuido. Agradezco sus “cagadas a pedo”, sus felicitaciones, su ser compañeros.    

        Estaba terminando este artículo  cuando levanto la cabeza porque escucho algo y un mapache sigiloso me mira desafiante. A tan sólo metro y medio se queda quieto y me sigue mirando. Me levanto de la silla y le digo, con un poco de miedo pero a los gritos: “Fuera, fuera” y recién ahí decide irse.  Ja. Tamarindo no creo que me permita acostumbrarme…

Amigos disfrutando juntos.

Comentarios

  1. Qué aventura Tere!! Felicitaciones y a seguir creciendo y disfrutando cada momento. Besos!

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