Bien equivocada
hace unos días nos fuimos con Agus a Playa Langosta. Es cerca
de Tamarindo. Mucho más tranquila y alejada de los turistas. Luego de una larga
caminata nos quedamos en un lugar que tenía seis sombrillas de paja y reposeras
de mimbre. Un verdadero lujo para nuestro día libre.
Una vez que el sol se escondió, se puso
bastante oscuro y teníamos que regresar a casa. Por suerte, algunas estrellas
iluminaban nuestro camino. Para llegar al otro lado de la playa hay un estero
cuyo caudal de agua fluctúa según la marea. En ese momento el agua nos llegaba
a la cintura. Nos armamos de coraje, levantamos nuestros bolsos y poco a poco
nos adentramos en el estero. El agua estaba fría y no se veía nada. Por adentro
Agus rezaba para que no hubiera cocodrilos ni manta rayas. En eso, me frena una gran piedra. Me tambaleo
pero no me caigo. Un poco incómoda sigo cruzando hasta salir del agua. Una vez
que estoy afuera miro mis rodillas y estaban con sangre. El golpe incluyo raspaduras.
Me limpio un poco y seguimos. Caminamos unos 20 minutos hasta casa y ya me
ardía bastante. Me seguía saliendo
sangre y ya tenía una de las rodillas bastante hinchada. También tenía raspaduras
en el resto de la pierna. Agus fue en búsqueda de Vicko,
nuestra amiga y vecina, que parece médica, me limpió y curó las heridas.
Más tarde, me quejé por haber tomado ese camino
y no haber subido por la playa. Pero después me di cuenta que a veces está bueno
equivocarse, tomar el camino equivocado o errar en una decisión. Sobre todo
para alguien tan exigente como yo, que busca que todo salga bien y según lo
planeado.
Una vez más, se viene a mi mente el tema de los
miedos. Es tan claro que mi negativa frente al error está ligada al miedo a
equivocarme que desde ahora en más me propongo cambiar. Quiero aprovechar este
tiempo fuera de casa para trabajar varios cambios. Y uno es este. Equivocarse
está bueno. Además, reconfirmé que los miedos paralizan y no te dejan ver el
panorama completo. Incluso, más de uno podría decir que los miedos no te dejan
respirar.
El otro día me fui a nadar lejos, más de lo que
acostumbro y me asusté porque me alejé mucho de la costa y en mi cabeza pensaba
que no podía llegar. Después me di cuenta que si frenaba esa catarata de malos
pensamientos y miedos, me podía calmar. Lo hice y así pude nadar, poco a poco, a
la costa. Todo está en la cabeza. Si podemos calmarnos logramos ver la orilla.
Es un cliché, un lugar común pero es así. El miedo te nubla. Si frenamos los
pensamientos negativos entonces podremos disfrutar de lo que tenemos.
Disfrutemos lo que hay, lo que está y existe.
Langosta, Tamarindo, Guanacaste, Costa Rica. |
Tere! Es lindo leerte. Gracias por hacerme viajar un poco al compartir esta granexperiencia. Besos y a seguir disfrutando.
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